Crónica de un Desastre Comercial Anunciado

 

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El lobby de negocios más poderoso de EE.UU. ha alertado de que al mismo tiempo que la Casa Blanca podría estar celebrando victoria por los crecientes índices de confianza empresarial y de los consumidores (debido a la reforma tributaria del presidente y una profunda reforma regulatoria), la administración Trump se arriesga a caer en la derrota después de una ráfaga de medidas proteccionistas que amenazan con causar daños duraderos a los trabajadores, consumidores y empresas estadounidenses.

De acuerdo con Neil Herrington, Vicepresidente Senior para las Américas de la Cámara de Comercio de EE.UU., el anuncio de la Casa Blanca de imponer aranceles sobre el acero y aluminio de Canadá, México y la Unión Europea (socios indispensables para los EE.UU.) es la más reciente y ominosa medida en una serie de decisiones que ya han resultado en represalias y que abren las puertas a una guerra comercial mucho más amplia.

La medida se produjo poco después que la administración Trump anunciara que cumpliría una promesa reciente de aplicar aranceles del 25% a $50 mil millones de USD de productos chinos importados bajo los auspicios de la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974. El Presidente y Director Ejecutivo de la Cámara de EE. UU. Tom Donohue dejó en claro que, si bien la comunidad empresarial de EE.UU. apoya incondicionalmente la acción de frenar las prácticas comerciales desleales de China, “el uso de aranceles impone toda la carga sobre las empresas y consumidores estadounidenses.”

Asimismo, la administración anunció que iniciaría una investigación que podría resultar en la aplicación de un arancel de 25% sobre importaciones de automóviles y autopartes, una medida que Donohue considera que “asestará un fuerte golpe a la misma industria que pretende proteger.”

Para Herrington estas medidas son parte de un enfoque administrativo a la política comercial que muchos consideran tan poco ortodoxa que parece no tener precedentes. No obstante, aquellos familiarizados con la historia económica de América Latina podrían diferir.

De hecho, sostiene, hay un registro histórico que evoca paralelismos con el tipo de política comercial aislacionista que Estados Unidos está persiguiendo. Se le conocía como Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI, por sus siglas en inglés), y fue un fracaso rotundo, ya que cesó de existir en los años setenta.

Mientras que se fue persiguiendo el ISI en varios países de América Latina en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Chile fue su principal protagonista. Buscando una forma de proteger su incipiente sector manufacturero de la competencia global, los políticos chilenos implementaron medidas proteccionistas en forma de aranceles e impuestos elevados, cuotas estrictas, controles cambiarios y licencias de importación restrictivas en un esfuerzo activo para desalentar la importación de bienes.

En teoría, explica, el objetivo era confiar casi exclusivamente en el consumo interno para impulsar el desarrollo de un sector manufacturero chileno sin agobios por la presencia de la competencia extranjera. En la práctica, lo que sucedió fue un desastre económico originado por ineficiencias brutales, asignación gratuita de capital y distorsiones sistémicas del mercado. La economía chilena entró en una espiral de muerte provocada por la misma nación, por la cual la producción ineficiente generó costos más altos, una inflación desenfrenada, un índice de desempleo creciente y niveles estratosféricos de deuda nacional.

En el punto más bajo del ISI en 1972, la inflación superó el 200%, el déficit fiscal superó el 13% del PIB, la deuda pública creció un 300%, las reservas de divisas se evaporaron y los salarios reales disminuyeron un 25%.

Creyendo que el comercio es un juego de suma cero, EE.UU. está “perdiendo”, afirma Neil Herrington, la administración Trump, al igual que los practicantes de ISI, acoge la creación de barreras a la competencia extranjera en interés de los trabajadores, consumidores y el sector manufacturero de los EE. UU. Pero aquí el ISI ofrece, quizás, la lección más conmovedora en cuanto a las consecuencias involuntarias de políticas proteccionistas erróneas.

Quizás en su giro más cruel, el ISI terminó perjudicando a los propios interesados que supuestamente los legisladores querían ayudar: los trabajadores y los consumidores chilenos. A mediados de los años setenta, el desempleo en Chile aumentó a dos dígitos y una mezcla tóxica de salarios en picada y costos crecientes hicieron que los productos más básicos, como la leche, fueran prácticamente inaccesibles para muchos chilenos. Estudios recientemente publicados indican que un dolor similar podría estar reservado para los trabajadores estadounidenses, estimando que las pérdidas de empleos en EE. UU. por los aranceles de acero/aluminio y automóviles/autopartes podrían sumar casi 470,000 y 157,000, respectivamente.

A pesar de tomar medidas para aislar a la economía estadounidense de las importaciones, la administración Trump sostiene que priorizará las exportaciones estadounidenses como una fuente de crecimiento. Pero, una vez más, la experiencia de Chile con el ISI ofrece un contexto de advertencia sobre el daño que el proteccionismo y un régimen arancelario alto pueden causar en un sector exportador. La industria protegida de Chile, sin competencia para impulsar la innovación y reducir costos, desarrolló ineficiencias que la hicieron incapaz de competir en un escenario global.

Afortunadamente para Chile, sabemos cómo termina la historia. En los años ochenta, los formuladores de políticas chilenos desecharon la carga del ISI para llevar a cabo reformas orientadas al mercado que eliminaran las barreras comerciales proteccionistas y alentaran la inversión extranjera. Un sector de exportación chileno que prácticamente no existía en la era del ISI ahora representa un tercio del PIB del país.

Chile tiene acuerdos de libre comercio con más de 40 países que son la base no solo de esta máquina de exportación, sino de una fuerte inversión extranjera directa en el país que ha mejorado la competitividad de los proveedores nacionales de bienes y servicios y creado decenas de miles de empleos locales.

Cuando EE.UU. optó por retirarse del TLC más ambicioso que se haya negociado, la Alianza Trans-Pacífico, Chile tomó la iniciativa para volver a convocar a los 11 miembros restantes del acuerdo en función de la prioridad que los líderes chilenos otorgan al acceso a un mercado asiático que contará con casi dos tercios de los consumidores de clase media del mundo para el año 2030. Es la misma filosofía que ayudó a Chile a alcanzar el mayor PIB per cápita (PPP) en América Latina.

“Dado este récord de casi 40 años de crecimiento y logros otorgados por el libre comercio, los chilenos no permitirán a sus líderes regresar a políticas fallidas y autodestructivas de una época pasada”, señala Neil Herrington.

Para el partidario del libre comercio, la pregunta que los estadounidenses deben hacerse es: “¿por qué haríamos algo tan atroz como adoptar ese modelo?”

 

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